Hoy sacudí las vísceras y me ví en la necesidad de recurrir a uno de mis tantos pasados. Sobrevivir a las embestidas de mi propio apocalipsis me tomará memoria y caminatas nocturnas, en silencio.
FISURAS I
Veía la televisión
cuando resolví que el amor viaja en barco,
arreglé las maletas y emprendí el viaje.
Muy azul era el océano de tus recuerdos
y silenciosos mis pensamientos sobre tí.
Un día nadé tanto que terminé casi muerto.
En el hospital recolectaba enfermeras
y paredes blancas,
comía gelatina,
tomaba pastillas con té de manzanilla
y veía incesantemente el televisor,
decidí que el amor viajaba en avión
y preparé el paracaídas.
FISURAS II
Al amor hay que regañarlo constantemente,
día y noche, hora tras hora, no dejarlo que maniobre,
que se escape a mediodía por la ventana o
que pida ayuda al vecino de enfrente.
Hay que tenerlo amarrado de la oreja a un picaporte,
a una pata de la cama, al tendedero,
a un clavo en la pared,
colgarlo en el closet bajo llave.
Cualquier error de nuestra parte podría ser fatal.
Llenaría de amantes la alfombra
y las cortinas, y las sábanas
y toda la casa entera transmutaría en orgías por la noche y por el día.
Por eso hay que comprarle el barquillo cuando se le antoje,
la lancha, el luchador, el soldadito y el tren
cuando se le antoje para que siga queriéndonos
y que se olvide que enfrente existe un vecino ofreciendo ayuda,
que a un lado está la ventana y el teléfono,
el rutinario policía del barrio
y mil amantes detrás de la puerta, en el pasillo.
FISURAS III
No moverse
y atarse a la locura.
Quedarse acostado en la cama,
oliendo la lluvia,
preguntándose sobre cualquier cosa
y decidir dejar de fumar.
Desabrochar el cierre de los sueños
y soñar todo el día
con la inmovilidad,
con la escasez de movimientos útiles y afortunados.
Una y otra vez desayunar viendo las noticias
y confirmarse en la resolución inmóvil del universo,
frágil y rápidamente urbano:
que es mejor no moverse ni un centímetro, no existir,
no hablar, no ver,
solamente cobijarse hasta la cabeza
y disfrutar del frío que se siente en los pies,
oler a la lluvia
y pensar poemas pero no escribirlos.
Andrés Jáquez / Otoño de 1998
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