Is really everything in its right place?
Mi última entrada en Semateka fue el 27 de Octubre, y desde esa fecha varios acontecimientos han cambiado, supuestamente, el rumbo de las cosas –por lo menos mi rumbo y mis cosas-.
Para empezar el cuatro de noviembre Obama fue elegido democráticamente, por una aplastante mayoría electoral, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. El discurso del presidente electo (que considero es el mejor que haya visto y escuchado, por parte de un político, en lo que llevo de vida) fue un hecho simbólico cargado de historia, retórica y memoria, en el que la esperanza no se depositó en el futuro sino en la sanación del pasado. Pero ese mismo día un evento en mi país hizo que las miradas televisivas, los discursos, prejuicios y preferencias nos dividieran una vez más. Y no puedo evitar decirlo: la división ideológica demostró, otra vez, que el mexicano es nacionalista en la tragedia, que el mexicano vive en la identidad dolorosa que lo une y magnifica. El mexicano promedio dedicó la mayor parte de su noche a vigilar cada mínimo detalle del accidente, o atentado, que sufrió nuestro ex Secretario de Gobernación. La minoría nos dedicamos a comer palomitas y sentarnos en un sillón cómodo para escuchar, en inglés sin traducción, el discurso de Obama –que ya intuíamos sería perfecto, conmovedor y digno del momento que representaba-. Al día siguiente en el trabajo solo pude encontrar tres personas que vieron y escucharon con detenimiento y análisis el discurso del presidente electo, todos los demás solo hablaban de grandes e ilusiorias teorías de conspiración en México, manifestadas, según ellos, en el caso Mouriño. Pero los que sí nos dimos el lujo de alimentar el intelecto, y dejar de lado el morbo y el amarillismo, no solo pudimos escuchar a un gran orador sino que observamos la representación más puramente teatral, en su sentido más griego, del pueblo que corea y se funde con el discurso del líder, del sabio, del guía…del profeta. Yes, we can. Yes, we can. Yes, we can.
Pero la vida sigue su curso y el 7 de Noviembre los videojugadores del mundo entero sentimos la emoción de tener en nuestras manos la segunda entrega de Gears Of War. A veces creo que las personas que juegan videojuegos son las únicas realmente sanas que puedo encontrar en mi realidad simbólica. Cuando alguien me pregunta por qué digo tales cosas lo único que se me viene a la mente es que esa persona es muy ingenua. Aún así termino explicando, no porque sea una persona muy correcta y que observa las buenas costumbres en cualquier situación sino porque no puedo evitar la actitud arrogante de intentar educar a quien se me pone enfrente, que el videojugador es un ser que ha declarado abiertamente su necesidad de experimentar historias, de reinventarse y ungirse héroe, fanático, guerrero, ídolo. El videojugador, el hardcore gamer propiamente dicho, no perdona la superficialidad con la que viven sus coetáneos y busca en cada nuevo videojuego una historia que lo religue con su más grande fantasía: vivir otra vida. Y en el caso específico de GOW 2 la promesa se ha hecho realidad. Cliffy B., el creador y diseñador de este gran mito que rescata la masculinidad y la búsqueda de sentido en la vida, a través de la mirada de Marcus Fénix y el escuadrón Delta, ha logrado construir una metáfora que le permita hacer catarsis sobre sus propios sufrimientos y goces. (Para entender más sobre esto es altamente recomendable leer este maravilloso artículo que dibuja, en grandes y bellas pinceladas, la vida de Cliffy B.) Yo no fui capaz de soltar el control de mi 360 hasta que conociera el desenlace de esta segunda parte y, puedo decir con cierto grado de objetividad, que ésta es una gran historia épica, donde la experiencia es cinematográfica y la cantidad de metáforas y metalenguajes superan el primer plano de interpretación con creces -un primer nivel de aproximación que ha sido criticado por muchos debido al alto nivel de gore que puede uno vivir al sumergirse en este universo de Locust y COGs (Coalition of Ordered Governments)-. Y ya ha sido tanta la influencia que puedo oler en el ambiente de los videojugadores que hemos llegado a, lo que algunos considerarían un exceso, medir la realidad en función de Gears of War en su versión Horde, [en la que el videojugador comparte su experiencia y cooperatividad con otros cuatro compañeros para resistir 50 - así es: 50, cincuenta, fifty - imposibles oleadas de enemigos en un mapa pequeño que se ve engarzado por esperanzas, amistad, protección y masacre territorial...todo en función de una violencia justificada por un lazo invisible, pero presente en ese maravilloso espectáculo sangriento: la confianza en el otro, la confianza y creencia incondicional de que los demás te cuidan como tú cuidas de ellos. Belleza pura, belleza virtual, litros de sangre derramada para sostener la hermandad, como COGs, como Gears. Todos somos Fénix.] es decir: cuando nos quedamos suspendidos, atrapados, en un grupo de amigos, como equipo, en medio de un espacio público debatiendo sobre las implicaciones sociológicas y psicológicas de casi cualquier cosa que se nos ocurre, en el fondo no dejamos de pensar, o imaginar..¿acaso estamos locos?, que en cualquier momento aparecerá la siguiente oleada de Locust - metáfora de los que hacen preguntas ingenuas, de zombies que se mantienen vivos en términos de seducción e insistencia, de personas que hacen cosas que no quieren hacer, de personas que creen que creen, de gente que se aburre, de seres humanos que son los productos que usan y desechan, de gente celular, de gente analfabeta, de gente que no juega videojuegos, de gente que huye de la muerte - y estamos desprotegidos, en medio de todo, en el centro de la nada. Así son las cosas y la manera de pensar en estas guerras pendulares.
Prosigo. Hace unos días la mejor banda musical del siglo XX confirmó las fechas de los conciertos en México y la próxima venta de boletos. Hablo de Radiohead. Y todo va bien, al parecer. Hace varias semanas, cuando supe de la posibilidad de dichos conciertos genuinamente me emocioné...pero después me embargó una tristeza o desazón indescriptible. Durante semanas no toqué este tema con nadie y siendo honesto no encontraba la razón certera para esta actitud. Hasta que leí el blog de NOB. Y no puedo sino coincidir con el sabio escritor que mantiene vivas las palabras electrónicas de ese blog que frecuento con la intención de divertirme y escuchar mi eco. Así es: el concierto de Sigur Ros en México me quitó algo que yo creía que era solo mío....y de alguna gente muy cercana....y se convirtió en un fenómeno masivo...en algo kitsch...superficial. Y temo que sucederá lo mismo con Radiohead...si yo tuviera que creer en un Dios jamás lo compartiría, eso lo tengo claro. Pero también tengo muy claro que no podré evitar asistir al concierto que quizás llevo esperando toda mi vida. Sin embargo yo voy, y supongo que muchos también, solo para promover la decadencia de Thom Yorke, el sufrimiento de una banda que está conciente de su deterioro...será casi como recrear la semana santa y ver a un nuevo Jesús sufrir...que predica a un pueblo que sabe muy bien que en la palabra lleva su penitencia...que cada nuevo concierto, cada canción interpratada una y otra vez solo es el principio del fin de esa persona a la que debemos devoción. Si alguien no sabe de que estoy hablando entonces debe comprarse o descargar el documental llamado MEETING PEOPLE IS EASY. Pero si aún después de ver a un Thom Yorke agotado y abrumado al final de una gira que exigió fuerzas inhumanas se insiste en la idea de disfrutar sus conciertos de una manera ingenua, entonces es obligado ver el siguiente video y escuchar al mesías divagar sobre sí mismo y exponer su paradoja:
En la línea de pensamiento de Thom Yorke puedo decir: mi libertad literaria proviene de la certeza de saber que nadie me lee. ¿O sí?
p.d.- A quien sea que lea esto pido disculpas, mi debilidad es Zizek. Gracias por la comprensión y apoyo. =)
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