Our culture has made us all the same.
No one is truly white or black or rich, anymore.
We all want the same. Individually, we are nothing.
- Fight Club, Chuck Palahniuk. Capítulo 17.
No one is truly white or black or rich, anymore.
We all want the same. Individually, we are nothing.
- Fight Club, Chuck Palahniuk. Capítulo 17.
Reconocerse dentro de una rama unificadora de pensamiento es apremiante para saber desde dónde se habla, desde dónde se deconstruye. Es poner en la mesa las vísceras contextuales, lavarlas, limpiarlas con delicadeza para después afilar el cuchillo carnicero y acudir a al espectáculo de separación y desmembramiento. Es un acto de amor, un acto fetiche, un acto de aceptación y unción. La herencia no se elige, explica Derridá, la herencia obliga, nos marca como seres finitos. Existe una doble deuda en el heredero, "se trata de una suerte de anacronía: anticipar en nombre de aquello que se nos anticipa, ¡y anticipar el mismo nombre! ¡Inventar su nombre, firmar de otra manera, de un modo siempre único, pero en nombre del nombre legado, de ser posible!." (De quoi demain...Dialogue/ Paris, Fayard-Galilée. 2001.)
Sobre la misma línea a la que pertenece Fight Club, en mi biblioteca personal, puedo incluir a Hermann Hesse, a Philip Roth, a Paul Auster y a Jacobo Wassermann. Todos estos autores fueron devorados por mis ojos adolescentes y en todos encontré el rompimiento, la fractura y el exilio. Con todos me identifiqué en la aceptación de una batalla con uno mismo para renacer transformado en un síntoma de libertad.
No había una lectura religiosa, divina, en ninguno de los renacimientos, reinvenciones, concebidos por esta corriente, más bien era una lectura depresiva, oscura, elitista. Había que tocar fondo en las hipótesis de todos, había que desfigurarse, era necesario construirse una doble personalidad para asumir la locura y vivir en libertad adentro de ella. El club de la pelea, Fight Club, venía a confirmar y materializar todas las imagenes y escenarios que rondaron mis círculos simbólicos y cerebrales. El filme se mantuvo sólido, piedra angular, y habitual en mis hábitos y visiones. Me medía con todos y medía los espacios, medía las ideas de los otros, medía los poros abiertos de la realidad para preveer una victoria o una derrota. Ese es el Fight Club que heredé a medias, que heredó mi generación. Nos hizo falta la otra parte para, en comunidad, lograr saborear la plenitud del mensaje, elaborar un análisis que incluyera nuestro miedo más grande. Aún así pudimos respirar la grandilocuencia del estilo e ímpetu que el filme sí logró rescatar del texto y ese fue nuestro alimento.
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